Ser mexicana

Ser mujer es una condición intrínseca y agregarle los adjetivos de feministas, vegetariana y ecologista es todo un reto. Lo interpreto como un proceso siempre lleno de adrenalina y eventualidades.

La primera puede ser la clasificación de las oportunidades, sueños, actividades y destino a partir de lo que existe entre mis piernas. Además de acompañarse con la estereotipación de los colores, responsabilidades, forma de amar y el enfoque de la utilización de la fuerza con el fin de alimentar los roles de género; lo propio para mi, lo bueno y adecuado para mi vagina.

La construcción mental de ser mujer mexicana ha partido de las enseñanzas machistas que me han implantado desde que tengo memoria con un -SI- limitado y un -NO-, disipado continuamente, argumentando las restricciones con el miedo y la inseguridad de un sistema que segrega y margina a las humanas de este planeta.

Ahora pensar en ser mujer, mexicana y feminista significa prepararse para la transgresión de una expectativa machista. Es decir, hacer introspección y análisis para no obviar lo que sucede y pensar que “debe ser así”, de esta manera lograr reconfigurar y resignificar las experiencias, con la finalidad de compartir y acrecentar las relaciones sororales con otras mujeres. De esta manera crear redes de apoyo para enfrentar el sistema patriarcal. Es vivirse en el ruido, en la constante acción de poner límites a quienes agreden, etiquetan, discriminan, oprimen con sus privilegios, machismo y desconocimiento. Así lograr deconstruir como mujer y fluir sin miedo, inseguridad, violencias.

En lo que respecta a la mujer, mexicana y vegetariana me resulta una decisión compleja y apasionante. Una elección cada vez más respetada y sin embargo aún es un reto aprender y recuperar la gastronomía mexicana sobre todo las fórmulas equilibradas de combinar los diversos alimentos para crear fito-proteínas, vitaminas, enzimas, entre otras claves que arroja la observación y conocimiento de las plantas comestibles, medicinales y aromáticas.

La magia de las diversas combinaciones para nutrir y fortalecer el cuerpo llamaron mi atención desde desde la autogestión. En la cual aprendí que la autonomía era la meta y para ello un paso primordial era conocer el proceso de producción de alimentos. Esta decisión me abrióo el panorama de la hidra capitalista que además de oprimirnos más a las mujeres y de limitarnos en el acceso a los recursos para cultivar, nos impide el autocuidado desde la soberanía alimentaria. Así es como comencé por asumirme y descubrirme Mujer, Feministas, Vegetariana y Ecologista. Un paso que determina dia con dia mis actos y suculentas tramas en temas de cooperativismo alimentario, compañerismo de producción agroecológica, cultura ambiental desde la mitigación de la huella ecológica a partir de las huertas ecofeministas.

Esto parece sencillo de explicar; sin embargo, he cambiado mi forma de funcionar en la cotidianidad. Sin duda el aceptarme como mexicana es una parte toral en mi vida, porque en mis momentos de desmotivación surge el sentimiento del despojo, emerge el recuerdo de que hace ya más de 500 años comenzó la interrupción de este tipo de conocimientos y percibo esta pérdida como una falacia del caleidoscopio de la rabia, sin una sin una versión panorámica de lo que perdimos pues la sabiduría de los pueblos indígenas no está al alcance del inventario del capital.

En fin, cuando logró transitar y canalizar esa terrible sensación puedo hacer introspección de los paisajes que aún sobreviven y por los cuales muchas comunidades organizadas luchan día con día para defender su espacio vital, su territorio. Es de esta manera que me inspiró a continuar asumiendo como Mujer, Feminista, Vegetariana y Ecologista, con el corazón en la mano y los pies muy puestos sobre la tierra. Porque para mi solo hay una palabra que defina el ser mexicana: Rebeldía, desde cualquier lugar, esfera y trinchera. Porque sin rebeldía no hay autonomía.