Dementores emocionales: bad boy, fuck boy

Dementores emocionales: bad boy, fuck boy

 

La sensación de pérdida se incrementa cuando una se acerca a este tipo de personas que solo quiere llenar un vacío, una necesidad o abusar de nuestra disponibilidad emocional para abrirse camino y potencializar las inseguridad que en un inicio parecían fantasmas.

Cuando elegimos salir con una persona con el caparazón de chico mal nos adentramos a la aventura de experimentar la adrenalina amorosa que fija los momentos de intensidad dentro de la jerarquía placentera, los primeros lugares para el contacto y este cóctel hormonal pronto arrasa con los otros que nos generan placer. Por si fuera poco comenzamos a aislarnos porque el dosificador de adrenalina, amor y placer lo compensa una persona: el chico malo que se esmera en llenar nuestras expectativas para ser indispensable, necesitado, requerido y pronto insustituible porque fija con cada caricia, halago o detalle un toque mágico hormonal que nos hace revivir el mariposario de las creencias románticas.

Elegimos relacionarnos desde el vacío, la creencia o el mito de que nosotras somos capaces modificar la lista de fracasos de los BadBoy, porque somos capaces de cuidar, reconfigurar con el amor todo ese caos que les dio lugar y acomodar esas mentecillas a la sinergía socialmente aceptable. En otras palabras consideramos que tenemos todo un equipo de exorcistas sociales que permitirán devolver el demonio al infierno y dejaran la esencia pura, tierna, dulce, amorosa que se muestra en la intimidad para engancharnos sigilosamente al caos depredador que nuestras amigas nos advirtieron con anterioridad.

 

Nefastas experiencias se germinan en una relación que comienza en la ilusión de saciar la sed por cicatrizar nuestras heridas añejas; pensamos que hemos escapado con la ilusión romántica de un “nuevo amor” cuando solo se reproduce la película de la niñez donde la angustia, la ansiedad, el miedo al abandono o rechazo se dosifican continuamente y recrean el escenario que abre la puerta al caos y se reconfigura nuestra mente para mantenernos en el cautiverio; un limbo que nos traslada del pasado al presente y despierta nuestras memorias críticas que asocian la responsabilidad emocional de quienes nos cuidaron a temprana edad con quienes dicen amarnos desde la posesión, el control, la obsesión y la codependencia. Por lo cual sentimos tan familiar convivir con esas criaturas rotas, disociadas, irreverentes, opuestas a lo común e insubordinadas socialmente.

 

Esa cruda experiencia es un trago amargo que nos deja con un mal sabor de boca, una paranoia que envuelven en el éxtasis del duelo. Por una parte el placer de la fantasía sexual  de cambiarlos y el terror de salirnos de nosotras al habitarnos lejos de nuestro bienestar a causa de soportar la indiferencia emocional que ofrecen con su caparazón de inquebrantables.

 

Así las aventuras, elegir los badboy no es una coincidencia. Están en todos los lugares, si has salido con un badboy, seguro te sorprenderá o has notado que acechan a las mujeres cuál presas y para ellos si implica la “conquista”. Debido a que la relación es parte de la demostración masculina de que los trofeos románticos siguen siendo o serán una carrera entre hombres por romper a la mayor cantidad de mujeres posibles para dejarlas fuera del juego de otros. Es una posesión atroz que se dibuja desde la estrategia patriarcal y tiene como objetivo inhabilitar nuestras capacidades emancipatorias para vivir con alegría, siendo nosotras para nuestros sueños.

 

Entrar a una relación con un badboy no es difícil, me recuerda al cuento de la Caperucita Roja, a todas nos enseñan a vestir de rojo desde que somos niñas y nos inhiben la atención de identificación de los focos rojos o peligros que podemos correr tras la interacción con el lobo. Por ello nos refuerzan la idea de habitarnos desde la fantasía pensando en que las Bestias tienen un lado bueno y que si somos como la Bella podremos acceder al premio mayor que da el reconocimiento social o la institucionalización de nuestra existencia en esta sociedad: el matrimonio. Pero la Bestia como el Lobo, tienen artimañas destructoras y violentas que bajan nuestras defensas emocionales y terminan por alejar a ambos personajes de su existencia auténtica.

 

Las relaciones no tienen que estar llenas de obstáculos para valorarse más. Pero en la atmósfera romántica vivir la metamorfosis del chico malo al readaptado social-emocionalmente solo es de las “mujeres capaces” las “buenas mujeres”, las “incansables”, aquellas que se son incondicionales, entregadas y con un gran sentido de servicio a la comunidad por sacar de las sombras aun ser humano necesitado de afecto, comprenderle, aceptarlo y amarlo.

 

Además se percibe por las personas cercanas que la conversión de los Badboy puede ser un logro de las mujeres y puede llevarles a que “sienten cabeza”, que dejen la demostración de la maldad y vivan la vida de color rosa con la institucionalización de su relación a través del matrimonio. Esto le da prestigio de “una mujer valiosa” y será respetada y reconocida por otras en condiciones similares. Incluso será referencia, puede ser envidiada o perseguida por aquellas que no lo lograron. Así el círculo vicioso de las mentecillas alienadas a esta miseria emocional.

 

Lo anterior solo es el resultado de la receta muy maquiavélicamente configurada por el capitalismo, para el despojo emocional, físico, energético y mental que encauza la existencia a los dramas románticos antes que la reconfiguración socioambiental.